martes, 2 de mayo de 2017

El rostro, las manos y el lenguaje.

Lo que me diré cuando me vuelva a ver.

Después de leerme la última novela de Albert Espinosa en tres días, he de decir que nunca aprenderé más de lo que aprendo leyendo.

La vida te enseña pero no te explica.

[Mi abuelo decía que había muchas formas de tomarse la vida y que esas formas estaban en el rostro, en las manos y en el lenguaje. Que él podía distinguirlas. Decía que yo desprendía alegría cuando entraba por la puerta, que mis manos iban a hacer grandes cosas y que si no dijese tantas "palabras malsonantes" (como él las llamaba) podría ser política y engañarles a todos. Me hacía gracia porque me lo dijo hace diez años y el día en que murió me vinieron tan textuales, tan cercanas que parecía que me las estaba susurrando en el oído.
Diez años más tarde aún es pronto para decir que tenía razón, los abuelos tienen esa capacidad de ver más allá incluso de lo que dicen tus ojos. Él fue el primero que me dijo que no iba a ser una gran arquitecta como mi padre, pero que siguiese leyendo. Me dijo que nunca iba a ser la suplente de mi hermana, porque las personas no podemos suplantar a otras personas.]

La vida no deja de ser un camino en el que cada persona camina a diferente velocidad, con diferentes motivaciones. Donde cada uno se para a observar diferentes acantilados, quizás por las vistas, o quizás para elegir un buen sitio por el que tirarse. Donde el final no es más que la muerte. No esperes que la vida te de algo que no sea la muerte. Al fin y al cabo la mortalidad es lo mejor que nos puede pasar. No hagas planes de futuro si no quieres desilusionarte. Creo en el destino, pero el destino no es un trabajo o una familia.
A veces encontramos baches, otras veces montañas, pero también valles, vallas y agujeros. Esto no es la M-30 ni la carretera de Burgos. Aquí hay curvas de verdad y más de mil salidas que no llevan a centros comerciales o polígonos industriales.

Cuidado. El rostro, las manos y el lenguaje no se forman a partir del camino que recorremos. Creo que es justo al revés, según como sean nuestro rostro, nuestras manos y nuestro lenguaje, vamos a recorrerlo de una manera u otra. Es decir, la vida no nos hace, nosotros hacemos la vida. Y la vida es de todo menos predecible.

Cuando me vuelva a ver (cuando me encuentre), me diré a mí misma que no me canse nunca de vivir, porque el cansancio es la muerte. Que rectificar no es de sabios, pero es de humanos. Que no tenga miedo a las curvas porque siempre he sido de llevar el cinturón bien puesto. Pero sobre todo: que sienta. Que sienta el dolor, la tristeza, la pena, la alegría, la felicidad, el amor, la ansiedad, los nervios... Y que no intente controlarlos como llevo haciendo toda la vida.

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